domingo, 3 de febrero de 2013

Max Ritcher - This Bitter Earth on the Nature Of the Daylight





Hoy he tenido la suerte de hablar por teléfono con un amigo de siempre, uno de esos de los que no hay que llamar porqué siempre están(aún no estando). Alternamos los papeles de confesor y confesado en infinidad de ocasiones, uno de esos que guardan en su interior tanto de ti, que es imposible conocerte a ti mismo sin reconocer una parte suya en ti.
Hoy me ha confesado que se ha enganchado a este blog, que lo hace suyo al leerlo..que lo hace nuestro en la distancia. Cuenta que le apasionan las historias no sólo de las canciones, sino las personales que le dan vida ala música. Todas las canciones tienen dos historias...la de todos y la tuya con ella...Le he animado a que cuente su historia con alguna canción(tiene muchas que contar)...espero que lo haga...va por ti...anímate A.M.S

Corría el año 2008 y Martin Scorsese tenía en mente rodar Shutter Island...Para ello contrató a Max Ritcher, un genio alemán del piano que también componía música electrónica.Ya tenía en mente la composición original..una bellísima suite de piano llamada "On the Nature of Daylight". 



Pero siendo Max un genio, no se conformó con un éxito, quiso hacer un tema que nos pusiera la carne de gallina. Su pasado como productor de música electrónica le ayudó a encontrar la mezcla adecuada. ¿Qué mejor que hacerlo con Dinah Washington?. Se puso manos a la obra y encontró un tema de la Diva llamado "This Bitter Earth" de 1960 compuesto por Clyde Otis.



No me siento capaz de adjetivar el resultado de esta mezcla...Os lo dejo a vosotros.


La historia de hoy la envia...digamos...Ernesto...Reza así:


Hola sólo quiero pedirte unos minutos, sé que eres generoso y nos regalas el participar en tu blog.Sé que guardas nuestro anonimato. Si me lo permites quisiera que acompañases mi carta con This Bitter Earth de la película Shutter Island. La historia de la canción es tuya, la que sigue es mía...

Mi mano derecha acariciaba rítmicamente el cabello de Cristina. Estaba tan sola, tan necesitada de mi que no podía percatarse que ya lo había descubierto todo: era un pañuelo de mocos, un pañuelo que sacas cuando te resfrías, un pañuelo que guardas cuando el sol nuevamente asoma, que lo lavas,  lo tiendes y lo rescatas para un nuevo resfriado. Descubrí que yo era un sitio para escampar solamente, un sitio seguro, un sitio firme pero, al fin y al cabo, un sitio transitorio y terriblemente pasajero.
Yo era ambicioso y competitivo por naturaleza, pero también era prisionero de los peores vicios que un hombre puede albergar. Aquellos que enturbiaban la mente y varían tu juicio e inteligencia, con ellos podía calmar mi alma triste, mi egoísmo y el ego desmedido del que aparentaba tenerlo todo, pero que en el fondo, tenía muy poco, no tenía a Cristina, no la tenía tal y como la quería: completa. No como lo que era...un simple momento de pasión, un buen rato de sexo loco, lento y eficaz a la madrugada. El sexo entre nosotros solucionaba la decadencia que ambos nos negábamos a reconocer: la decadencia conformista de Cristina, y mi decadente ambición.
No muchos encuentros pasaron antes de que empezara a ser esclavo de las piernas de Cristina, de sus rítmicos movimientos, de sus pequeños y firmes pechos, hechos a la medida de mis labios traviesos.

Un domingo de julio descubrí que el cuerpo de Cristina era un hogar para mi, que esos pechos jadeantes y erectos alojaban perfectamente mi cabeza después del coito y me hacían hablar de planes y proyectos que por alguna razón siempre la incluían a ella. Descubrí que aquellas caderas eran lo que me ataban a la vida, que su sexo estrecho me hacía sentir instantes de felicidad que nunca sentía en mi mundo de ejecutivos, números y rimbombantes tarjetas de visita con cargos en inglés.
Ella se consumía en vida, la peor certeza era aquella que la llevaba al conocimiento, que sólo me tenía el cariño que se profesa a un gato, que jamás llegaría a amarme, porque su amor estaba con otro, estaba en un pasado inalcanzable que siempre amenazaba con volver.Yo lo sabía y eso me ataba aún más a mis vicios y a los deseos locos de atrapar el mundo a base de billetes de curso legal. Por su parte, Cristina era peor persona a mi lado, le hacía sentirse una mala mujer. Me utilizaba conscientemente para matar a punta de jadeos y posturas esa maldita soledad, ese recuerdo doloroso de aquel chico que la hizo tan feliz pero que nunca entendió mi amor inocente, que mató mi alma con el amor negado.
Curé de nuevo esa lágrima furtiva aspirando profundamente un par de líneas de polvo blanco. Ella esperaría un poco más, hasta tenerme entre sus piernas y sentir un poco de calma convulsiva en su triste vida. Luego nos se odiaríamos un poco más, por no poder ser otros, por no estar con otros, por estar secos y consumidos, por ser cáscaras vacías, por no tener ni puta idea de cómo completarnos, iluminándonos como los rayos cuando se acercan a la tierra, sin tocarla, sin involucrarse,… sólo un momento.



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